La primera vez que vi a Pedro Cruz era Pedro Picapiedra y salió al escenario, si la memoria no me falla mucho, con una camisa blanca con lunares negros y un gorro de papa Noel o de dormir –eso no lo recuerdo bien–, como los que solo se veían en los tebeos de Mortadelo o Zipi y Zape. Era finales de agosto de 1985 y Los Picapiedras habían llegado a Jerez de la Frontera como finalistas de la cuarta edición del Concurso de Pop y Rock Alcazaba, que se celebraba en lo que una vez fue el Teatro Eslava. De la nómina de finalistas solo conocía a Los Picapiedras, por maquetas que mi hermano traía de Sevilla, y a La Guardia, los grandes favoritos, considerados los nuevos Ceronoventayuno, condición por la cual seguramente no ganaron. En esos momentos yo estaba dejando crecer mi tupé y mi inconformismo, y Los Picapiedras se estaban erigiendo en los abanderados del rocanrol y del rockabilly en Sevilla, por tanto eran un must para mí en aquel festival, el primero al que iba en mi vida. Pero por allí pasaron sin pena ni gloria, sufriendo las consecuencias de ser los primeros en tocar, y el triunfo se lo llevó SS-20, que luego pasarían a llamarse Albania. Pero eso nos da igual ahora mismo.
Lo que nos trae aquí es el lanzamiento de “FiloSofía” (Brother Records), el disco que me puse en el reproductor de cedés del coche justo al comenzar el puente del V Centenario y se detuvo poco antes de la salida 78 en Jerez y consiguió que no me enterase del mal olor al pasar por el Arroyo Las Culebras, de la salida a la Nacional IV, ni de la gasolinera del área de servicio Los Palacios ni de la salida de Las Cabezas ni de que Lebrija existía a mano derecha desde la época de los fenicios. O sea, que llegué de Sevilla a Jerez metido en una neurona de Pedro Cruz.
La culpa la tiene empezar el álbum con esa maravilla llamada “Filosofía Loren”, que hace que quites el dedo amenazante del Pause hasta que se acabe el disco. A partir de ahí todo va como la seda, como en un sueño en el que Pedro Cruz te espera con su guitarra en una caverna (repito, en el coche es donde más y mejor oigo música, y los kilómetros pasan volando). Aparte de la canción que da título al disco y que sirve de locomotora, me quedaría con el preciosismo y lo entrañable de “El ladito oscuro”, la redondez de “Tú eras la piel” o la canción que cierra el disco, que bien podría haber sido creada por Hilario Camacho, Aute, Emilio José (esto no lo esperábais, ¿eh?) o el mismo Sabina. “Antesdeayer” podía haber sido la sintonía de cabecera de cualquier serie española de mediados de los ochenta. Destacar, aparte de la exquisita mesura en la producción, la presencia de la voz de Adriana María Lang, el reverso fememino de Pedro Cruz, su Vilma musical, que va mucho más allá de aportar coros; es el desdoble perfecto, el equilibrio entre grave y agudo, entre la pana y el terciopelo. Es más, queremos un disco suyo ya.
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CD físico en: