Cuántas partidas, cuántos goles, cuántas monedas de 5 duros primero, de 20 duros luego, y de euro en nuestros días, cuántos vasos estrellados en el suelo, cuántas paradas, cuántas risas, cuántos intercambios de parejas (ejem…).
Para mí es la mejor atracción de un bar, por encima del billar, los dardos, o el buitreo. Un bar con futbolín es radicalmente diferente a uno sin él. Ya sabes que detrás de la puerta de ESE bar hay ALGO, que siempre puede merecer la pena entrar. Y no sólo de un bar, sino de establecimientos dedicados a eso (no sé si existen todavía). Especialmente grabados tengo momentos de Futbolines Paco (creo que valían dos duros las partidas, nieto mío), El Cometa, o las sesiones maratoniano-etílicas de La Comedia.
El gallego Alexandre de Finisterre fué su inventor. La historia de su invento surge a raíz de un bombardeo sobre Madrid en 1936. Alexandre queda sepultado bajo los escombros. La cojera que le quedó a consecuencia del bombardeo le impedía jugar al fútbol, por lo que decidió crear un fútbol de mesa.
Es en Cataluña donde, con ayuda de un carpintero vasco, empieza a desarrollar el primer futbolín. A principios de 1937 patenta su invento: el futbolín había había nacido oficialmente. En el primer modelo, los futbolistas eran de madera de Boj, un material que permite todo tipo de efectos y sutilezas cuando la pelota es de corcho aglomerado. Aquello fue mano de santo: La chiquillada se volcó sobre el nuevo juguete, dejó de romper cosas y hasta los niños mutilados podían participar y, a menudo, ganar.
Cuando se instaló en Guatemala en 1952 (país raro para instalarse, ¿verdad?) , Finisterre perfeccionó el futbolín hasta lograr una autentica obra de arte, con barras telescópicas de acero sueco y mesa de caoba de Santa Maria, la más fina del mundo.
¿Una partidita? ¡Sin parar, por supuesto!
Hay que reconocerle al dueño del blog (y sin que sirva de precedente) el sentimiento y la pasión soterrada vertida en este texto, tanto que (casi) me emociona.
Y esto no es peloteo, porque he de decir que no me sirve de nada ya que el blog sigue sin abrirse al posteo de sus legión de incondicionales lectores (¡¡¡a las barricadas, amigos, sigamos la reivindicación¡¡¡¡)
….El futbolín es el gran entretenimiento español…a mi , se me da bastante mal…aunque me lo paso muy bien jugando,no creo que digan lo mismo mis compañeros de partida,cuando casi siempre perdemos…juju..
Un monstro, vamos!!!
Buenas partidillas nos echamos el otro día. Todo un arte el del futbolín, en el que voy perdiendo destreza por la escasez de práctica. Yo también quiero uno en casa…
palos y agujeros, mmmm… interesante
Y poeta, y traductor y como bien dices, editor. Desgraciadamente en este país siempre nos quedamos en la anécdota, la invención del futbolín. Y ojo, que yo también me he dejado dinero ahí para pagar la universidad de mis hijos… (que no tengo ni aspiro a tal)
Por cierto, algún día podríamos meternos a discutir porqué los grandes inventos españoles consisten en meterle un palo a algo ya inventado con anterioridad: fregona, chupachups…
Alejandro Finisterre fue una especie de Leonardo Da Vinci, con una vida digna de la gran pantalla. También inventó un pasahojas de partituras para el piano que se accionaba con el pie en Francia (este invento lo creó ya que estaba enamorado de una pianista llamada Nuria). Una vez en Ecuador se convirtió en Editor. Creó una reputada revista literaria «Ecuador 0º 0’ 0’’» dedicada a un poeta internacional por cada número. El embajador de Guatemala le invitó a fabricar los futbolines en su país. Allá fue e hizo algo de fortuna. Jugó con el Che al futbolín en el centro de republicanos españoles de Guatemala. Fue expulsado del país tras un golpe de estado y enviado a Madrid por avión. Por el camino y temeroso de su destino en España, amenazó a la tripulación diciendo que tenía explosivos, obligando a los pilotos a desviarse y aterrizar en México (no era cierto que los llevara, encima era buen mentiroso). Según cuenta presume de ser el primer secuestrador de aviones de la historia.
Nunca vio un duro de la patente de los futbolines, ya que huyendo durante una semana lluviosa por los Pirineos a Francia al final de la Guerra Civil, la patente que llevaba en una mochila junto a una lata de sardinas, quedó hecha papilla…
Lo que yo daría por tener uno en mi casa….