Localicé al mago por fin, en la entrada del parque, sentado en un banco junto al estanque donde sobrevivían una decena de patos deprimidos. La verdad es que no era lo que uno puede esperar de un mago. No tenía aureola, ni barba, ni magnetismo, ni presencia, ni siquiera mirada. Pero, no sé por qué, yo supe que era EL, y EL sabía que yo le iba a encontrar. Me senté a su lado mirando al frente, ignorando su presencia, como en las películas. Podría decir que lanzaba migas de pan a las palomas, pero eso ya se sabe.
– Y ahora que me ha encontrado, ¿qué? – me habló sin mirarme. Como en las películas.
– Quiero su poción contra el egoísmo. La quiero para mí – le miré por primera vez, pero él seguía sin mirarme.
– ¿Quién le ha contado semejante idiotez? – se volvió hacia mí, revelando unos ojos celestes casi transparentes, bajo el paraguas de dos cejas blancas, pobladas y despeinadas.
– Sé que lo hizo hace tiempo. Hace años “sanó” a una persona que sólo pensaba en sí mismo, y arruinó muchas vidas, la suya entre ellas.
La historia había llegado a mis oídos a través de mi hermana pequeña, que hoy ya no lo es. Un antiguo novio acudió al mago, angustiado, acorralado por su egoísmo, cuando se vio solo en el mundo que se había construido.
– Me temo que YO no puedo hacer nada por usted – se levantó con dificultad y tomó la dirección de salida, dejando un papel arrugado en el banco. Un perro enano le siguió indolente.
Recogí el papel del banco. En el encabezado rezaba esta indicación: “Aquí está mi consejo. Mírese a sí mismo y lo comprenderá”. Pero el resto era indescifrable. No parecía ningún idioma conocido. Era una sucesión de letras, sílabas, palabras sin forma, pero que debían cobrar sentido de alguna forma. Pero, ¿cómo?.
Toda la tarde estuve dándole vueltas al papel. En el sentido teórico y en el sentido literal. Intenté leerlo boca abajo, de derecha a izquierda, mezclando sílabas, pero todos mis esfuerzos fueron en vano. “Mírese a sí mismo y lo entenderá”. De repente lo vi. Tenía que leerlo mirándome a mí mismo, viéndome, A MI!. Me dirigí al estanque, como Narciso, para verme reflejado en el agua y enfrentarle el papel. Pero era verde, como todos los estanques. De ahí la depresión de los patos, deduje.
Corriendo, abandoné el parque en dirección a casa. Debía leerlo allí, frente a un espejo. Me lo había dado el mago, tenía que ser así, no cabía otra explicación. Pude pararme en los servicios de la estación de metro a leerlo, pero vencí la tentación y esperé a llegar a casa y leer el consejo del mago donde debía hacerlo. En mi dormitorio, frente al espejo.
Allí me situé, tembloroso, mirándome, esa cara que tantas veces había visto y que ahora casi ni conocía, y levanté el papel del mago y lo coloqué bajo mis ojos, frente al espejo. Pude leer:
“EL EGOÍSTA CARECE DE MEMORIA. SAL DE TU MUNDO Y DEJA LA PUERTA ABIERTA”
Extraído de «Ningún Sitio», mi colección de palabras nunca realizada