El otro día vi en un telediario a una serie de actores y actrices contando qué película les había hecho llorar. No sé por qué lo vi el otro día porque esto salió hace ya un año, pero bueno, los telediarios son así y cada día tienen menos credibilidad y más relleno (¡que vuelvan los telediarios de 30 minutos, deportes y tiempo incluidos!.)
Bueno, a lo que iba, que aquí tenéis una lista con algunos de los participantes y su elección.
ANNETTE BENING: Persona (1966) de Ingmar Bergman.
JAMES FRANCO: Mi Idaho privado (1991) de Gus Van Sant o Magnolias de acero (1989) de Herbert Ross.
NATALIE PORTMAN: Mi chica (1991) de Howard Zieff.
MICHAEL DOUGLAS: La balada del soldado (1959) de Grigori Chukhrai.
MARK RUFFALO: Totó, el héroe (1991) de Jaco Van Dormael.
HELENA BONHAM CARTER: El discurso del Rey (2010) de Tom Hooper.
ANDREW GARFIELD: En el nombre del padre (1993) de Jim Sheridan.
NICOLE KIDMAN: Tal como éramos (1973) de Sydney Pollack.
JAVIER BARDEM: Bambi (1942) .
VINCENT CASSEL: Riding Giants (2004) de Stacy Peralta.
JULIANNE MOORE: Lo que el viento se llevó (1939) de Víctor Fleming.
ROBERT DUVALL: The Biscuit Eater (1940) de Stuart Heisler.
COLIN FIRTH: Dumbo (1941) .
Yo, de carácter inmutable, tanto en el gozo como en la pena, no suelo llorar. Tan solo lloro cuando el Barcelona le gana al Real Madrid (anoche me quedé compuesto y sin kleenex), es decir, unas 8 veces al año. Por todo ello no tengo mucho donde elegir, aunque me vienen a la cabeza dos películas: una de ellas, «Bailando en la oscuridad», me dejó tocado de principio a fin. Sobre todo ese fin, ese final tremendo. Pero es algo obvio, y supongo que es lo que buscaba el amigo Von Trier. La otra de ellas tiene mucho más mérito, ya que no es una película que intente provocar el llanto. El maestro Sam Peckinpah, abanderado de la violencia y de los tipos duros, me encogió el corazón en «Pat Garret & Billy The Kid», en la escena en la que disparan al sheriff Colin Baker, y se dirige al lago a morir en los brazos de Katy Jurado, ajenos al tiroteo (de esta escena ya he hablado hace tiempo aquí) . En ese instante suenan los acordes de «Knockin’ on heaven’s door» y la emoción del momento es sobrecogedora. Al menos lo es para mí. Una despedida sin palabras.